lunes, 7 de octubre de 2013

¿Quevedo villano?

Quevedo, caballero de Santiago, se sintió reducido a la condición de villano al ver que le arrebataban al patrón máximo de España, para sacrificarlo al ideal de los carmelitas, según Quevedo, gentes débiles y afeminadas. " ¿ Cómo pretenderán los padres de la Reforma [los carmelitas descalzos] que Santiago os dé armas a vos [habla al rey], y que las volváis contra él; que de su altar toméis la espada, y que le quitéis vos la que él tiene en su mano, para dár
sela a Santa Teresa, a quien sus mismos hijos han hecho estampar con una rueca?" (443). Quevedo había derribado todos los valores, el mundo en torno se le aparecía como un tapiz vuelto del revés, pero seguía rindiendo culto al valor y al arrojo, últimos asideros para su alma claudicante,56 al borde de la nada absoluta. Puso un epitafio de sarcasmos sobre instituciones, personas y cosas, mas brincó como un tigre cuando hurgaron al fundamento de su nobleza castiza, de su última razón de existir. De ahí que sostuviese, con estadísticas absurdas de batallas y muertos, el prestigio del Apóstol, en una forma impensable en los siglos XII y XIII, cuando para leoneses y castellanos su creencia era como el aire que respiraban. Ahí siente uno con perfecta nitidez la situación del español del siglo XVII : ni podía superar su creencia mediante el análisis racional y la confianza en la útil eficacia de este último, ni podía permanecer dentro de ella con la seguridad de antes; más allá de sus fronteras comenzaba a triunfar el pensamiento crítico. De ahí el frenesí por "racionalizar" y hacer tangible la creencia, mediante la busca de reliquias y prodigios más abundantes que nunca en el siglo XVII; de ahí los estilos exasperados -Quevedo, Góngora, Gracián-, proyección y superación bellísimas de existencias ya flotantes sobre un vacío humano, sin serenidad, y sin ideas o "cosas" en donde reclinarse. Nada podía cambiar ya la condición española y los inmensos intereses creados por ella; era ya inútil que Cervantes prefiriera a San Pablo e ironizara a Santiago, y que el padre Mariana juzgara cuentos de vieja las galopadas de su caballo blanco, o las llagas de Cristo en -el escudo portugués. Todo ello era breve ademán sin consecuencias, porque se seguía creyendo a pies juntillas que la vida se decidía en el cielo, y que allá se encontraba una secretaría especial de asuntos hispanos: "Es buena hermana [Santa Teresa], que como tal quiere a España, y como agente de sus negocios en el cielo, pide los gajes librados en el honor de ser patrona" ( 437) .La Santa exigía que se le pagaran sus servicios con el honor de ser patrona de España, frase en que es notable la mezcla del lenguaje de los negocios -"librar gajes"- con -el de la fe irreductible a cálculo. Todo el asunto del copatronato se discutió como un pleito judicial: "Mirando esta pretensión conforme al estilo de pleitos, ya que lo es por nuestros pecados" ( 435) ."En tanto que ella no dejare de interceder, no puede el reino dejar de conservarla el nombre de patrona" ( 435). A lo cual replicaba Quevedo" que "Cristo quiso que el patronato fuese de su primo solamente" ( 435), en lo cual persiste un resto de la fe en el Apóstol a causa de su parentesco con Jesús, ahora primo y antes hermano. Frente a tal pretensión, los carmelitas esgrimían recios argumentos: el rey Felipe II hubiera permanecido en el purgatorio quién sabe cuánto tiempo, de no sacarlo de allí la Santa de Avila al octavo día, "porque no fuera largo desmán de la imaginación arremeterse a pensar que había de tener largo purgatorio" ( 438). Esto fue escrito treinta años después de morir Felipe II, por un carmelita de familia aristocrática, lo cual añade una voz más al coro de insatisfechos con la persona y la política del Rey Prudente ( ver pág. 320, n. 20) . Pero lo que ahora interesa es que se hablara de las intimidades del purgatorio con tan perfecta llaneza, como si hubiera comunicaciones postales entre la otra vida y el mundo visible. No es extraño que Baltasar Gracián leyera, desde el púlpito, una carta llegada de los mismos infiernos. Juzgaban además ciertos frailes, que Santa Teresa debiera ser preferida por su condición de mujer, porque Dios había de concederle cuanto pidiera, "o le costaría su vergüenza a Cristo el no hacerlo" ( 445 ) .

Cuando Santiago era norte auténtico de España, la sociedad visible y actuante era sobre todo masculina; en el siglo XVII la sociedad aparecía ya como una entidad total, y dentro de su ámbito, la mujer se hacía presente como tema activo de vida y de arte. Signo del carácter social que el amor había adquirido es el motivo literario de la galantería en la novela y en el teatro. Los conventos de monjas correspondían, "a lo divino", a los salones europeos, y santas o beatas (Santa Teresa, Sor María de Agreda, Sor Juana Inés de la Cruz) , fueron en España o en México como las madamas de Rambouillet o de Sévigné, puesto que era indistinto morar en el cielo o en la tierra: "Si santo o santa se conocen hoy que a lo hechicero hayan ganado corazones, es Santa Teresa" (436). No es pues sorprendente que Santa Teresa hubiera estado a punto de compartir oficialmente con Santiago la gerencia de los asuntos hispánicos en el más allá; Felipe IV, rey más de letras que de armas, se sumó a los partidarios de aquélla, y logró que el papa confirmara su copatronato. La mayoría de los españoles se rebeló contra tal disminución de prestigio para Santiago. El pontífice Paulo V, en 1618, a instancias de los carmelitas y del rey Felipe III, había declarado a Santa Teresa copatrona de España; pero la mayoría seguía afecta a Santiago, por ser más incitante el ardor bélico que la contemplación mística. Usando un lenguaje impropio diría que los salones favorecían a la Santa, y las masas, al Apóstol. En 1627 el papa Urbano VIII reformó el breve anterior, y dejó libertad al clero y al pueblo para aceptar o no el copatronato de la Santa,57 con lo cual éste apenas tuvo efectividad fuera de los conventos de carmelitas. Todavía las Cortes de Cádiz (1812) trataron del copatronato de ambos santos, y su decreto aún tenía fuerza legal durante el reinado de Isabel II, destronada en 1868. Como quiera que fuese, aún subsistían en la España oficial del siglo XIX, huellas de la estructura religiosa del Estado, de la religiosidad oriento-occidental de los españoles.

Santiago cesó de atraer la atención, y Santa Teresa no lo reemplazó como figura nacional; pero la pugna entre el ideal bélico encarnado en el Apóstol y el anhelo de ternura femenina vinieron a armonizarse en el culto a la Virgen del Pilar, en el que aparecen reminiscencias de la divinidad bélica del Hijo del Trueno.58 En 1808, la virgen zaragozana actuaba como "capitana de la tropa aragonesa " contra los invasores franceses, y en el siglo xx fueron concedidos a su imagen "honores de capitán general", en un tenue y tardío destello de cultos guerreros, cuyos antecedentes son ya familiares para el lector. En ellos se expresa el funcionamiento estructural de la vida española.


 

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