viernes, 4 de octubre de 2013

La Iglesia y el mundo femenino

Adulterio y virginidad

El adulterio femenino, en cambio, es considerado como más grave y la responsabilidad recae únicamente en la mujer. A la importancia espiritual del pecado se le añade el de la desviación de su naturaleza. Cuando el marido comete adulterio, la esposa debe resignarse, sin reprobaciones ni enfados, sirviéndolo con respeto y abnegación. Esta es la fórmula ideal para que el marido retorne... al lecho conyugal.

En tanto que criatura habilitada para ejercer de receptora de la agresividad sexual del marido, y acentuando por encima de toda la función reproductora de la mujer, la Iglesia se interesa, básicamente, por el buen fin de la gestación, en un planteamiento providencialista que prescinde de las condiciones materiales en que deberían vivir los hijos y de la suerte física y psíquica de la madre.

Peor aún que la maternidad no deseada en la mujer casada debía ser la de la madre soltera. La virginidad era una carga. específicamente femenina y su pérdida se pagaba cara. Joseph Llinàs es explícito respecto -al acto amoroso realizado por soltero o soltera: El primer acceso ilícito con doncella siempre es pecado de estupro, no lo es en el hombre la primera vez que peca, éste no tiene sello de virginidad, como la mujer lo tiene, en cayendo la mujer en esta culpa, pierde la vergüenza, se pone en peligro de ser mala. Perdida la virginidad, no es fácil hallar casamiento. La ilegitimidad era un importante factor de marginación femenina. Muchas de estas mujeres, repudiadas por sus seductores, debían abandonar sus aldeas para ir a parar, con su carga vergonzante, a las ciudades.

Para ver hasta qué punto se exaltaba la pureza femenina, fijémonos cómo Larraga, a finales del XVIII, manifiesta: También una mujer honesta, especialmente si es virgen, no está obligada a dejarse curar del Cirujano 'in partibus secretioribus et pudendis', aunque tema ciertamente el morir por razón de esto. Parece que, al menos por cuestiones de salud, no presentaba ventajas ni ser virgen ni ser honesta.

Habría que ver si la respuesta femenina a las propuestas de los moralistas era la que éstos esperaban, aunque por sus quejas podemos adivinar que las mujeres no se comportaban con la paciencia, humildad y resignación que se suponía debían presidir todos sus actos.

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