El concepto de purgatorio no se desarrolló plenamente ni fue aceptado de un modo oficial por la Iglesia hasta finales del siglo XII. Los textos que servían de fuente a Berceo pertenecían a una tradición anterior, y por tanto no pueden reflejar este concepto con claridad. No obstante, en Berceo la idea aparece más nítida; en el verso 241b, el narrador nos cuenta que el alma del cardenal Pedro fue “alos purgatorios”, mientras que los textos latinos dicen “in poenas purgatorias” (Dutton, ed. Milagros 101; Pez 13). La diferencia estriba en que Berceo ya lo define como lugar, y no como estado, como hace el texto latino. El desarrollo de la idea de purgatorio fue lento. Agustín de Hipona, cuya enseñanza es una de las bases del pensamiento medieval, aceptó la idea de un fuego purgatorio, y su autoridad hizo que el fuego fuera no de sus elementos característicos. Este fuego estaba reservado solo para purificar las almas de unos pocos hombres, y solo de pecados veniales. Gregorio Magno afirmaba que las oraciones de los vivos servían para mejorar la situación de las almas en pena. Para este papa, el lugar de expiación se encontraba en este mundo, y las almas volvían al lugar donde habían pecado para purificarse. Isidoro de Sevilla, apoyándose en Agustín enseñaba que los pecados de algunos serían purgados por el fuego, sin referirse a un lugar específico. Fue a principios del siglo XI cuando comenzó a aceptarse la idea de un lugar de expiación de los pecados cometidos en vida. En este siglo, los monjes cistercienses empezaron a celebrar la fiesta de los Fieles Difuntos, marcando así con fuerza la idea de que entre vivos y muertos existía una conexión, y de que por medio de la intercesión de los vivos se obtiene el perdón de los pecados de los difuntos. Por otra parte, Bernardo de Claraval afirmaba que existían lugares de purgación en donde se expiaban los pecados antes de entrar en la gloria eterna. Pero en quien mejor se percibe este cambio de concepto es en Pedro Comestor, uno de los teólogos más importantes de la escuela de Notre-Dame, quien antes de 1170 usaba la expresión “fuego purgatorio”, mientras que entre esta fecha y 1179 usaba solamente “purgatorio”. Fue el papa Inocencio III (1198-1216) el que, en un sermón para el día de Todos los Santos, utilizó varias veces la palabra purgatorio al referirse a los tipos de iglesia que existían, dejando sentada la cuestión. San Agustín había dividido la iglesia en dos, la peregrinante y la celestial; Pedro Comestor, en triunfante y militante. A estas dos categorías Inocencio III añadió la de iglesia del purgatorio. En el segundo concilio de Lyon (1274) el purgatorio fue finalmente institucionalizado. Nuestro clérigo riojano está, pues muy cerca ya del concepto final. El purgatorio, pues, a diferencia del cielo y el infierno, se concibe tanto como un lugar de tránsito, compartiendo esta característica con el mundo terrenal, como de cautiverio, lo que lo iguala al infierno.
La “tierra de nadie” es donde el alma en tránsito, esto es, fuera ya del cuerpo en donde se alojaba, espera ser llevada a su destino final (241d); este lugar se describe como un camino, o en palabras de Berceo, “carrera” (198c); allí los diablos se apoderan de las almas que creen poseer por derecho, es decir, porque han muerto en pecado y según las reglas les pertenecen (85b-d, 163d, 197, 273), allí también los santos atormentan a los que en vida los ofendieron, antes de dejarlos en manos de los diablos (242-243); los ángeles descienden también a este lugar para recoger las almas destinadas al cielo o para disputárselas a los diablos (86, 274). A veces, es un santo quien se enfrenta a la mesnada de diablos que se llevan el alma cautiva camino del infierno para detenerlos, pues no están obrando en derecho (173, 198). Esta tierra de nadie queda plasmada en la obra con las características muy similares a las de los territorios fronterizos que existían entre los reinos cristianos y los musulmanes de la época, lugares que permanecían desiertos, sobre todo al principio de la reconquista. Allí el caminante indefenso estaba expuesto a toda serie de peligros por parte de las bandas de guerreros que salían de sus reinos a devastar las tierras enemigas. Gonzalo de Berceo nos ofrece una descripción de estas tierras en la Vida de Santo Domingo de Silos:
Eran en essi tiempo los moros muy vezinos
non osavan los omes andar por los caminos,
davan las cosas malas salto a los matinos,
llevavan cruamientre en soga los mesquinos (353)
Andando por los yermos, por tierra vazía,
por do Dios lo güiava, sin otra compañía,
todo desbaratado, con pobre almexía,
arribó en Toledo en el dozeno día (728).
[...]
IMAGINARIO COLECTIVO Y SISTEMA FEUDAL
EN GONZALO DE BERCEO
JUAN JOSÉ PRAT FERRER
Universidad SEK, Segovia
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Patinir, Joachim
El paso de la laguna Estigia (detalle en fb)
1520 - 1524
Óleo
Tabla
Medidas 64 cm x 103 cm
Escuela Flamenca
Expuesto en el Museo del Prado
Esta pintura de Patinir destaca por su originalidad y su composición, distinta a la habitual, formada por planos paralelos escalonados. Favorecido por el formato apaisado de la tabla, el autor divide verticalmente el espacio en tres zonas, una a cada lado del ancho río, en el que Caronte navega en su barca con un alma.Tomando como fuente de inspiración las representaciones anteriores del Paraíso o del Purgatorio del Bosco, decisivas en su proceso y creación final, Patinir reúne en una única composición imágenes bíblicas junto a otras del mundo grecorromano. El ángel situado en un promontorio, los otros dos, no lejos de éste, que acompañan a las almas, y algunos más, junto con otras almas minúsculas, al fondo, permiten conocer a la izquierda el Paraíso cristiano. Por el contrario, el Cancerbero parece identificar el Infierno representado a la derecha con Hades, asociándolo con la mitología griega, lo mismo que Caronte con su barca. Patinir sitúa la escena en el momento en que Caronte ha llegado al lugar en que se abre un canal a cada lado de la Estigia, momento de la decisión final, cuando el alma a la que conduce tiene que optar por uno de los dos caminos. Debe conocer la diferencia entre el camino difícil, señalado por el ángel desde el promontorio, que lleva a la salvación, al Paraíso, y el fácil, con prados y árboles frutales a la orilla, que se estrecha al pasar la curvatura oculta por los árboles y conduce directamente a la condenación, al Infierno. El modo en que Patinir representa el alma, de estricto perfil, con el rostro y el cuerpo girado en dirección al camino fácil, que lleva a la perdición, confirma que ya ha hecho su elección y que esa es la vía que va a seguir.A fines de la Edad Media existía toda una serie de metáforas para expresar esta idea, tanto bíblica como clásica. De todas ellas, Patinir parece haberse inspirado en el Evangelio de San Mateo. No hay duda de que refleja en esta obra el pesimismo de una época tan turbulenta como la que le tocó vivir, en plena Reforma protestante. Al llevar a cabo esta obra, Patinir la convierte en un memento mori, en un recordatorio, a quien la contemple, para que quede avisado de que es preciso prepararse para este momento e, imitando a Cristo, seguir el camino difícil, sin hacer caso de los falsos paraísos y tentaciones engañosas (Texto extractado de Silva Maroto, P., en: Patinir, Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 150-163).
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