lunes, 7 de octubre de 2013

La medicina en la Edad Media



Nuestra cultura occidental surgió de la fusión del mundo romano con el cristianismo y los pueblos germánicos. Pues bien, según Toynbee, el surgimiento de una cultura desde otra se realiza a través de una nueva rel...igión, más precisamente: una sociedad en desintegración suscita una religión más alta, una iglesia más vasta, y de ésta se alza la nueva cultura. Así lo fueron el cristianismo, el Islam, la religión hindú y el budismo.

La edad media puede considerarse, en general, la fase histórica en que se plasman cambios profundos de una civilización. Desde este punto de vista general, diversas naciones han tenido su edad media: Grecia tuvo una edad media alrededor del 1100 de la que surgieron las primeras ciudades estados; Roma la tuvo en siglo V a.C. y condujo al establecimiento de la República romana, y también en Egipto hubo un Imperio medio.

La Edad media de Occidente duró alrededor de un milenio a partir del siglo V d.C. Suele ser dividida en tres períodos: la Edad media temprana desde la caída del Imperio Romano, formalmente en el año 476, hasta la desmembración del Imperio carolingeo en el siglo IX; la alta Edad media, con el florecimiento del régimen feudal, hasta la crisis del orden medieval en el siglo XIII, y la baja Edad media hasta el siglo XIV en Italia y el XV en la mayor parte de Europa. En esta última se fortalecen las monarquías y la burguesía, prosperan las ciudades y las universidades.


EL ORDEN MEDIEVAL

Durante la mayor parte de la Edad media y desde su inicio, la clase culta era clerical, y su afán fue consolidar la Iglesia. Fue ella la depositaria de tradiciones romanas, entre éstas, desde luego, el latín y la visión de un orden universal; ella también acogió la nueva cultura germánica y coronó a los nuevos emperadores cristiano-germánicos. Al mismo tiempo dio amparo espiritual y material a las masas de indigentes aparecidas por la disolución del Imperio, las invasiones bárbaras, la pobreza producida por el abandono de los cultivos y el agotamiento de minas de oro y plata, por los estragos del paludismo y la peste. La civilización europea occidental, dicen algunos historiadores, había retrocedido un milenio. Solamente una entidad se alzó poderosa para regir espiritualmente a la naciente sociedad: la Iglesia católica

La figura que marcó el pensamiento de aquella época fue la de San Agustín, que vivió en los siglos V y VI. La nueva concepción se orientaba hacia el más allá con la mira puesta únicamente en la salvación eterna del alma. La vida religiosa reclamaba toda la atención del hombre. La vida de este mundo, la Ciudad terrena, era desdeñable y todos los ramos del saber estaban subordinados a los fines religiosos. Es una visión radicalmente diferente del mundo con respecto a la concepción griega. Este nuevo mundo cristiano se compone esencialmente de Dios y el hombre ligados espiritualmente. Pero en esa concepción no hay camino hacia Dios por la razón, el camino para conocer a Dios es que El, Deus ut revelans, se nos descubra. La razón humana no existe sola, es el reflejo de la iluminación venida de Dios. De ahí el lema de San Agustín: credo ut intellegam, creo para conocer. Es decir, conocer es aquí en su esencia fruto de creer, fruto de la revelación e iluminación divinas.

Puesto que, por una parte, los afanes de la clase culta, la clerical, estaban centrados en la vida del más allá, en la Ciudad de Dios, fue desatendido el conocimiento de la naturaleza, que se estancó. Y puesto que, por otra parte, el saber racional era fruto de la iluminación divina, los conocimientos de la naturaleza admitidos tras ser interpretados en el marco de la fe, pasaron a adquirir también el carácter de verdades inamovibles. Así surgió el orden medieval, un orden universal absoluto.

Pero en el siglo XI se produjo un primer cambio importante de esta visión: San Anselmo enuncia el principio fides quaerens intellectum, la fe que busca al intelecto. Es decir, ahora la fe necesita del intelecto; la razón, iluminada por Dios, reobra sobre la fe, la hace inteligible tal como hace inteligibles las percepciones sensoriales puras, por ejemplo, la percepción de colores, en sí un fenómeno irracional. Así, dentro de la fe empieza a actuar la razón humana, y la palabra de Dios comienza a integrarse con una ciencia humana: la teología escolástica.

En las postrimerías de la alta Edad media, en el siglo XIII, Santo Tomás vio en la razón humana una potencia independiente de la fe y, como todo lo humano, imperfecta. Pero siendo Dios también razón, razón perfecta, y siendo su obra también racional, El y el mundo son accesibles a la razón humana. Así, el hombre con su intelecto, aunque limitado, se vio fortalecido, y no sólo dio un gran desarrollo a la escolástica, sino que también vuelve a ocuparse de la filosofía y cosmología.

Hasta entonces el orden medieval era universal, había en él armonía entre fe y razón, entre Dios, el hombre y la naturaleza, siendo la razón un nexo armónico fundamental. Este orden universal hizo crisis, y el rasgo distintivo de ella fue el rechazo de la razón humana como instrumento de prueba de la existencia de Dios. Así, se afirmaba: nada de lo demostrado por la razón es revelado por Dios, y nada de lo revelado por Dios es demostrado por la razón. En el desarrollo de estas ideas habían influido Averroes y los nominalistas, particularmente Guillermo de Ockam.


EL MUNDO ARABE
El Imperio islámico nació, creció y desapareció abarcando casi todo el período de la Edad media de Occidente, a partir del siglo VII. Los territorios conquistados correspondieron a cuatro zonas culturales: la helenística, la siria, la persa sasánida y la del norte de la India. El período de casi un siglo, hasta mediados del VIII, del califato de Damasco fue una época de conquistas. Hasta el siglo XI, en que se conquista a la India, el Imperio islámico dominó el Mediterráneo, lo que bloqueó hasta entonces el desarrollo de las ciudades europeas. Durante el califato de Bagdad en los casi dos siglos siguientes a la dinastía Oméyade, se fortalece el islamismo y florece la cultura. En el siglo IX aparece en árabe el sistema decimal; la traducción latina por la que el Occidente conoció este avance gigantesco, es del siglo XII. El florecimiento cultural prosiguió en España hasta el siglo XI durante el califato de Córdoba.

La literatura griega llegó a los árabes por medio de sectas cristianas expulsadas del Imperio bizantino. La escuela más famosa de traductores fue la de los Nestorianos en Gondeshapur, una ciudad persa. En el siglo X estaban traducidas al árabe todas las obras importantes de la medicina griega en Damasco, El Cairo y Bagdad. De ahí en adelante se desarrolló un literatura médica propiamente árabe. En los siglos XI y XII se hicieron las primeras traducciones de obras médicas clásicas del árabe al latín. Fundamentalmente a través de los árabes el Occidente medieval conoció la literatura griega y en particular, la médica. La influencia árabe se ejerció principalmente a través de España, también a través del comercio del Meditarráneo especialmente de ciudades italianas y por el contacto entre Occidente y el mundo árabe en las cruzadas en los siglos XI al XIII.


LA MEDICINA MONASTICA

Hasta mediados de la alta Edad media la medicina se ejerció principalmente en los monasterios. El primero un fundarse fue el de los Benedictinos en el año 529, el Monasterio de Montecassino, destruido en 1944. En los siglos siguientes se fundaron otros en España, Francia, Alemania e Irlanda. Tras la gran peste que azotó a Europa en el siglo VI y la conquista de Italia por los lombardos, los monasterios concentraron aun más a la gente culta que buscaba refugio. Hacia el inicio de la alta Edad media cobraron importancia las escuelas catedralicias, como por ejemplo, la Escuela de Chartres.

Sin embargo, el ejercicio de la medicina por parte de los monjes estaba circunscrito a su misión caritativa. En el siglo IX la biblioteca del Monasterio de San Galeno tenía seis obras de medicina y mil de teología. Los textos médicos, escritos en latín, eran en su mayoría fragmentos simplificados o resúmenes de las grandes obras griegas y tenían un marcado carácter práctico. Ya no se sabía griego. Galeno, conocido a través de comentaristas, era la autoridad indiscutida. Así, de sus obras se dedujo la tesis del pus laudabilis según la cual el pus era un producto natural que favorecía la curación de las heridas. Esta tesis hizo más difícil los progresos en el tratamiento de las heridas.

En la Edad media se produjo claramente el divorcio entre medicina y cirugía. La separación se había insinuado en la medicina alejandrina. Después contribuyeron a ahondarla el hecho de que Galeno, llegado a Roma, abandora la práctica quirúrgica y dijera que la cirugía sólo era una forma de tratamiento. Así, el cirujano quedó subordinado al médico. Pero en la Edad media actuaron factores decisivos de separación y degradación de la cirugía. Para el Cristianismo de entonces el cuerpo del hombre era una vil prisión del alma. El organismo humano no merecía mayor estudio. La doctrina islámica, que se hizo sentir después, era similar en este aspecto: el cuerpo de los muertos era sucio e impío y había que abstenerse de tocarlo y mancharse con su sangre. Por otra parte, la medicina medieval tuvo un marcado carácter especulativo, la teoría médica constituía lo substantivo, la labor manual era desdeñada. Así, la práctica quirúrgica fue quedando en manos de los barberos. Por último, en 1163 se formuló el famoso edicto del Concilio de Tours: Ecclesia abhorret a sanguine, con el que oficialmente se prohibía la práctica quirúrgica a los clérigos. La prohibición fue promulgada por el papa Inocencio III y se hizo vigente en 1215. El edicto estaba basado en el derecho canónico: la culpa de la muerte de un hombre anula para siempre el ejercicio sacerdotal. Pero en ese mismo siglo los cirujanos barberos empezaron a subir de status en Francia y más todavía, en el Renacimiento.

A este empobrecimiento de la medicina el cristianismo de entonces reintrodujo un elemento religioso: la enfermedad era el castigo a pecadores o la posesión por el demonio o la consecuencia de una brujería. De ahí, la oración y la penitencia para alejar el mal. También los germanos reintrodujeron elementos mágicos, que se transmitieron a la medicina popular. La medicina monástica se extendió oficialmente hasta el Concilio de Clermont de 1130, en que se prohibió a los monjes ejercer la medicina porque perturbaba la vida sacerdotal. La medicina dejó de enseñarse en los monasterios también por influencia de los árabes.


LA MEDICINA ESCOLASTICA

La medicina en las escuelas catedralicias y su enseñanza estuvo a cargo del clero secular. Se trataba en lo fundamental de la doctrina hipocrática con un fuerte carácter especulativo y elementos religiosos. Las especulaciones en torno a la orina y pulso del paciente eran parte de esa medicina. Löbel, un historiador, dice al respecto:

El vaso de orina se convirtió en el signo distintivo del médico...La orina contenida en un vaso simbolizaba: en su capa superior, la cabeza; en la siguiente, el pecho; en la tercera, el vientre; en la cuarta, el aparato génito-urinario. Si cuando era sacudida, la espuma bajaba a la segunda región del líquido y sólo muy lentamente volvía arriba, significaba ello que los órganos del pecho eran el asiento de la enfermedad, pero si subía con rapidez era que la enfermedad se limitaba a la cabeza.

Tal vez el progreso más importante de la medicina medieval fue la construcción de hospitales, de mayor envergadura que los valetudinaria. Después de los construidos bajo el imperio de Constantino, comenzó en 1145 y bajo influencia árabe, una segunda ola de fundación de hospitales, el primero en Montpellier. En el curso de pocos siglos había una red de hospitales en toda Europa. Estos hospitales cristianos eran hospicios, es decir, estaban destinados a amparar peregrinos y pobres, enfermos o no, a darles hospitalidad. Carácter propiamente médico tuvieron los administrados por ciertas órdenes caballerescas, así la Orden de los Caballeros de San Juan con su hospital en Jerusalem. La transformación de hospicio a hospital se aceleró en el siglo XIII.

La mayor parte de la Edad media transcurrió entre dos pestes: la de Justiano en el siglo VI -al parecer también peste bubónica- y la Peste negra, que estalló en el siglo XIV. Pero precisamente en el lapso comprendido entre estas epidemias se extendió la lepra por Europa, y cuando había declinado apareció la sífilis.

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