Tarif, en el año 710 pasó el estrecho de Gibraltar con 400 bereberes armados, y después de recorrer Andalucía y recoger un rico botín se volvió a Mauritania.
El 28 de abril del 711 unos siete mil berberiscos africanos, mandados por jefes árabes de Oriente, pasaron el estrecho y, dirigidos por Tarik, se atrincheraron en la montaña que hay junto al mar y que desde entonces se llama Gibraltar:
Gebel al Tar
ik = Montaña de Tarik.
El rey Rodrigo, según afirman los cronistas Ben Habbul, Ben al Atir y Al Nuwayri, estaba en esa fecha mandando una expedición guerrera. Ben Al Qutiya añade que esa campaña tenía por objeto someter a los vascones de Pamplona, que se habían sublevado, como lo hacían con frecuencia.
Cuando se presentó el ejército de don Rodrigo cerca del río Guadalete, donde le esperaban las fuerzas musulmanas, los familiares de Witiza se retiraron con los nobles de la antigua corte y algunos se pasaron a las filas del ejército árabe. El
ejército cristiano fue fácilmente derrotado. Pocos pudieron salvar su vida, huyendo hacia el norte, entre ellos el noble Pelayo. Del rey Rodrigo se desconoció su paradero y sólo han quedado leyendas.
Del 712 al 714 los generales Muza ben Nusayr, como jefe del ejército, y su liberto Tarik, continuaron avanzando hasta llegar a los Pirineos, una vez dueños del valle del Ebro. Solamente Pelayo, con un pequeño grupo, se refugió primero en el monte Cantabria, frente a Varea, y no pudiendo resistir la presión del ejército árabe, emprendió el camino hacia los montes asturianos, estableciendo su puesto de mando en una cueva, que desde entonces ocupa el primer puesto en la historia de España: Covadonga, situada en el monte Auseba, cerca de Cangas de Onís.
La Rioja comenzó a ser invadida por los musulmanes en el año 714. Entrando por Alfaro y siguiendo por la calzada romana que pasaba junto al río Ebro, ocuparon los valles hasta llegar a Briviesca, en la actual provincia de Burgos. Luego prosiguieron su avance por Astorga hasta llegar a Galicia. El general Muza ben Nusayr, que siguió esta ruta con un ejército de árabes, sirios y bereberes, al ocupar Galicia quemaron iglesias y rompieron campanas (Crónica Naft al Tib). Es de suponer que ese mismo ejército, al pasar por La Rioja, obraría del mismo modo.
No pudo La Rioja formar un foco de resistencia al invasor árabe porque las cabezas que habían de dirigirla marcharon a unirse con los que se habían dado cita en las montañas asturianas, como el riojano (entonces se llamaban cántabros) Pelayo (Angel Suils).
La mayor parte de la población riojana se refugió en las montañas cercanas. Los que habitaban La Rioja Alta y la Media se ocultaron en los montes Distercios, Obarenes y tierra de Oca. Según Navarrete y Manfredi, se pueden calcular en cien mil los que se refugiaron en los bosques de la llanura donde más tarde se había de fundar la ciudad de Vitoria. Los que vivían en La Rioja Baja huyeron a la sierra de Cameros y a las montañas de Navarra y Aragón.
Las tierras alavesas del norte no fueron dominadas por los agarenos.
Esta dispersión de los pobladores de La Rioja en distintos campos ocasionaron la formación de tres diferentes zonas geográficas que, en adelante, recibirían influencias culturales de distinto origen.
Fueron pocos los riojanos que se quedaron en sus tierras sometidos a las condiciones impuestas por los vencedores. La mayoría no eran aptos para ofrecer resistencia ni para iniciar la Reconquista. En general, La Rioja quedó deshabitada y algunas de sus comarcas eran «tierra de nadie».
Es de advertir que en la parte montañosa de La Rioja y en los Cameros apenas puso el pie la morisma, que sólo llegó hasta las fortificaciones que prepararon en puntos estratégicos de los valles como las de Castro Bilibio, Grañón, las del río Tirón, Nájera, Viguera, Arnedo, Cervera y algún otro.
A los que habitaban en partes montañosas se les permitió el uso de su religión y de sus bienes mediante el pago de un tributo.
Los desvelos y los triunfos del general Muza ben Nusayr sólo le sirvieron para crear envidias, con la consiguiente llamada al orden desde Damasco. Llegó a su destino en el mes de marzo del 715, cuando ya había fallecido el califa Al Walid. El nuevo califa Sulymán le acusó de haber retenido la parte del botín que correspondía al califa y lo condenó a muerte, pero un amigo de ambos, el gobernador de Egipto, logró el perdón mediante rescate de cuatro millones de dinares de oro. (De la crónica Imamat del pseudo Ben al Qutiya.)
La conquista de La Rioja y de Pamplona debió terminar en el 716, según algunos autores, aunque otros lo prolongan hasta el 718.
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