“No es cosa frecuente entre nosotros que las mujeres acometan y publiquen trabajos científicos. Aun los literarios los realizan parca y excepcionalmente. Y menos, que la borla doctoral, antiguo patrimonio de cabezas barbadas, cubra cabezas femeniles, donde de ordinario lucen galas más frívolas”.
Soslayando los abundantes y recurrentes tópicos que sobre bibliotecarios _esas mujeres avinagradas de rostro cerúleo rematado las más de las veces en peinado severo_ inundan simpáticos blogs como La imagen social del bibliotecario, hay que decir que, en efecto, se trata ésta de una profesión dominada por el elemento femenino. Y así lo corroboran los datos estadísticos sobre el personal de la Biblioteca Nacional de España, donde, por cada bibliotecario, hay tres mujeres que ejercen dicha profesión. Mejor que no indaguemos mucho en los motivos:
“Labores como ordenar, catalogar y clasificar, que son las más frecuentes que realizan los que prestan sus servicios en archivos, bibliotecas y museos son las que corrientemente realiza aquélla [la mujer] en su vida privada y en perfecta armonía con el temperamento femenino[i].”
Sin embargo, esto no siempre fue así. En el mundo anglosajón, cuna de la biblioteconomía moderna, las primeras bibliotecarias aparecen en la segunda mitad del siglo XIX, no sin algún disgustillo a cuenta de ello para el bueno de Melvil Dewey, el apóstol de la Clasificación, que fue férreo defensor de la incorporación de la mujer al trabajo bibliotecario. En el área mediterránea, en cambio, tenemos que esperar hasta el siglo XX para ver cómo nuestras bibliotecas empiezan a encomendarse a las mujeres. Y aún con ser famosas algunas pioneras francesas, como Suzanne Briet, apodada Madame Documentation, o Louise-Noelle Malclès[ii], todo hay que decirlo, antes fue la primera bibliotecaria española.
Si hace un año por estas fechas, 8 de marzo, presentábamos en estas páginas a nuestra eva lectora, María Antonia Gutiérrez Bueno Aoiz, ahora le toca el turno a la eva bibliotecaria, otra adelantada de su época, Angelita García Rives.
Ángela, Angelita como se la conocía aún en las fechas en que preparaba su jubilación, al igual que María Antonia, se crió en un ambiente especial y recibió una educación esmerada. Nacida el 2 de junio de 1891, deseó desde pequeña seguir los pasos profesionales de su padre, bibliotecario del Senado. Culminó con premio el bachillerato en el Cardenal Cisneros y, siguiendo lo que era la máxima aspiración para las jovencitas “emancipadas” de la época, cursó estudios para maestra en la Escuela Normal de Madrid, ampliados en el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos. No le faltaron tampoco los estudios de piano que completaban entonces la educación de una señorita bien.
No contenta con todo ello, gracias a la disposición de 1910 del Ministro de Instrucción Pública Julio Burrés, por la cual se permitía el acceso de la mujer a las aulas universitarias, pudo matricularse en Filosofía y Letras en la Universidad Central, donde tuvo por compañeros al Marqués del Saltillo o a Claudio Sánchez Albornoz. Con éste último y otros condiscípulos, como Isabel Baquero y Antonio Floriano la encontramos en 1912 en Extremadura, visitando dólmenes con su profesor José Ramón Mélida[iii]. Ese mismo año se licencia con Premio Extraordinario en la sección de Historia.
El 13 de enero de 1913, no ha hecho sino inscribirse, gracias a la misma disposición de Burrés, en la oposición convocada para cubrir plazas de oficiales de tercer grado del Cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, y ya es noticia para La Época el hecho de que entre los 91 opositores figura una señora, Dª Ángela García Rives. Unos meses más tarde, el 26 de julio, supera con un honroso número once de veintiséis la oposición que el diario ABC califica de “interesante”, ingresando en dicho Cuerpo por vez primera una mujer. A la hora de tomar posesión de su plaza, los trámites serán más sencillos para Angelita que para sus compañeros varones, pues le bastó exhibir su título de Historia expedido ese 14 de mayo “no presentando ninguna otra clase de documento por estar exenta por razón de su sexo del voto y del servicio militar“. Su primer destino será en el Instituto Jovellanos de Gijón, cuya biblioteca encuentra en “un lamentable estado de desorden”. No transcurrió allí ni tan siquiera dos meses, cuando estaba ya de vuelta en Madrid, a las órdenes directas del Ministro, y el 12 de mayo del año siguiente pasó al Archivo General Central de Alcalá de Henares. En julio de ese año logró por fin mediante concurso el ansiado traslado a la Biblioteca Nacional junto con otro bibliotecario, compañero suyo de oposiciones, el poeta y periodista Manuel Machado.
Desde esa fecha, serán 46 años los que Angelita acuda, día tras día, año tras año, a su trabajo en este templo de las letras.
Los dos expedientes que constan sobre ella en el Archivo de la BNE (ARCHIVO-BN, Junta 234/11 y ARCHIVO-BN 2903/37) apenas facilitan más información que la de sus ascensos en el escalafón (“en virtud de corrida de escalas”), desde el 3er grado del Cuerpo en el año de su ingreso, 1913, con un sueldo de 3.000 pesetas, hasta la primera categoría en la que se jubiló el 12 de junio de 1961 con 40.200 pesetas o su nombramiento como jefa de la Sección de catalogación en 1942. Al margen de ello, no constan grandes incidencias en su vida laboral y personal: Su readmisión sin sanción al servicio del Cuerpo el 3 de junio de 1940, al contrario de lo que ocurriría con su sin embargo biógrafa y coetánea Luisa Cuesta quien, ingresada en el cuerpo 8 años después, padeció los rigores de la depuración[iv]. Hay constancia también en el expediente de García Rives de una licencia de un mes por enfermedad, en 1943, a los 52 años, durante la que se le recomienda reposo absoluto y un cambio radical de ambiente, con su correspondiente prórroga por otro mes en la cual ya su sueldo se ve decentado a la mitad.
En sus primeros años de profesión aún encontró tiempo para doctorarse en 1917 con una tesis sobre Fernando VI y Doña Bárbara de Braganza. En ella “escribe con impecable corrección, estilo sencillo y sobrio […] Ningún rasgo femenino _o que pase por tal_ hallamos en la composición o el tono de la obra. Esta es serena, objetiva, ‘asexual’, podríamos decir. Igual que por pluma de mujer pudo ser escrita por pluma de varón. Revela ello un espíritu firme, disciplinado por el estudio”[v].
Otras publicaciones suyas, en un ámbito más profesional, fueron Algunas observaciones acerca de la adquisición de obras en la Biblioteca Nacional o Servicio de Obras Obscenas en la BN, aparecido en la Revista de Archivos Bibliotecas y Museos el 1 del 10 de 1923) en que Angelita propone normas sobre aquellas obras que no deben servirse al público por su obscenidad, con arreglo al artículo 162 del Reglamento para el régimen y servicio de las Bibliotecas públicas del Estado, aprobado por R.D. de 18 de octubre de 1901.
“la BN únicamente está autorizada para facilitar novelas, piezas de teatro y demás obras modernas de puro pasatiempo a aquellos lectores que justifiquen necesitarlas para estudios históricos o críticos (Art. 100). […] Se admiten y satisfacen, no obstante, las peticiones de los lectores de amena literatura […] todos sabemos que en la literatura antigua y moderna existen producciones francamente reprobables que escritores sensatos censuran pública y enérgicamente”
Como jefa de Sección de Catalogación, hay que destacar su importante papel en la redacción de las reglas, junto con María Luisa Poves, o su magisterio en la Escuela de la propia Biblioteca. Ya jubilada, sería nombrada jefa de dicha sección a título honorario hasta que se cubriera definitivamente la plaza.Por último, en los años previos a su jubilación, 1959 y 1960, parece que Angelita decide ver mundo, y así constan las autorizaciones del Ministerio de Educación Nacional para que se le expida pasaporte y salga al extranjero, con destino a Francia, Inglaterra, Suiza y Portugal en los meses de agosto y septiembre de 1960.
Las jóvenes bibliotecarias de aquellos primeros años sesenta, que ya empezaban a gastar pantalones, la recuerdan como una persona menuda, de aspecto frágil y extremadamente educada y correcta tanto en el trato como en el vestir. Muy conservadora. Tan respetada que era de las pocas a cuyo paso se levantaban sus compañeros.
No es de extrañar, pues, la unanimidad con la cual se decide concederle en 1962 la Encomienda de la Orden de Alfonso el Sabio[vi]. En la descripción de la ceremonia, “celebrada el 5 de junio en la sala de manuscritos que la Sección cedió muy gustosa”, María África Ibarra elogia por igual su competencia y bondad con cierto tinte hagiográfico: “Se le regaló la insignia de solapa adornada con brillantes, pero también algo más femenino y entrañable: una pulsera de oro con un disco en el que aparece grabada la portada de la Biblioteca Nacional” […] Vino después el collar de oro haciendo juego con la pulsera. Y todavía con lo que sobraba se compró algún reloj y algunos libros para que no se olvide de ellos.”
Todavía en 1968, Angelita será propuesta como candidata a la Medalla del Trabajo.
Quién le iba a decir a aquel bueno de Felipe V que las faldas clericales de los primeros directores de su biblioteca, pasados los siglos, se trocarían en faldas femeninas o, ¡aún peor!, en pantalones femeninos, y que hoy el número de bibliotecarias de la Biblioteca Nacional triplica al de bibliotecarios hasta el muy preocupante extremo de que en los últimos años han llegado a sucederse en su Dirección cuatro mujeres. ¡Qué lejanos quedan ya sus tiempos!- See more at: http://blog.bne.es/blog/la-eva-bibliotecaria-en-los-100-anos-del-ingreso-en-el-cuerpo-de-angela-garcia-rives-primera-bibliotecaria-espanola/#more-1339
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