domingo, 14 de julio de 2013

Alfonso Martinez de Toledo, el Arcipreste de Talavera, el autor más misógino de la literatura española, antes de Quevedo


Aunque poco conocemos de sus datos biográficos, lo poco que podemos decir es que don Alfonso Martínez de Toledo (Toledo, 1398-1470?) más conocido como Arcipreste de Talavera, vivió en Aragón y fue racionero de la catedral de Toledo, la ciudad donde nació. Está enterrado en la Catedral de Toledo desde el siglo XV.

Descendiente de noble linaje, como muestra el escudo grabado en su sepulcro y la asignación ya en 1415 de un beneficio eclesiástico en la catedral de Toledo, a los treinta y ocho años era ya capellán del rey y arcipreste de Talavera. Fue hombre culto y viajado. Se sabe que residió en la Corona de Aragón y la península itálica.

Escribió dos hagiografías: una Vida de San Isidoro y una Vida de San Ildefonso, así como una compilación histórica que abarca desde los reyes godos hasta Enrique III de Castilla (Atalaya de las crónicas, 1443) y el El Corbacho o Reprobación del amor mundano (1438), cuyo título procede del Corbaccio de Giovanni Boccaccio, aunque no se inspira en él. Se trata una invectiva contra el amor mundano y la lujuria dividida en cuatro partes que tienen por objeto explicar con detalle los perniciosos efectos del amor terrenal en el espíritu y en el cuerpo del hombre.

Aquí os dejo un fragmento de su obra más importante: "El Corbacho o Reprobación del amor mundano" escrita en 1438 para que podáis ver cuál era su estilo literario:


Por cuanto las mujeres que malas son, viciosas y deshonestas o enfamadas, no

puede ser de ellas escrito ni dicho la mitad que decir o escribir se podría por el hombre,

y por cuanto la verdad decir no es pecado, mas virtud, por ende, digo primeramente que

las mujeres comúnmente por la mayor parte de avaricia son dotadas; y por esta razón de

avaricia muchas de las tales infinitos y diversos males cometen: que, si dineros, joyas

preciosas y otros arreos intervengan o dados les sean, es duda que a la más fuerte no

derruequen y toda maldad espera que cometerá la avariciosa mujer con desfrenado

apetito de haber, así grande como de estado pequeño.

 

[…]

Por ende habe por dicho que si el dar quiebra las piedras, doblegará una mujer que

no es fuerte como piedra. Por dádivas harás venir a tu voluntad al papa, a otorgarte todo

lo que quisieres; ítem, el emperador, rey u otro menor harás hacer lo que quisieres con

dádivas; ítem, del derecho harás hacer tuerto dando a los que lo administran joyas y

dones; ítem, de la mentira harás hacer con dádivas verdad. Pues no te maravilles si con

dádivas hicieren los hombres a las firmes caer y de sus honras a menos venir, que ni

guarda el don paraje, linaje ni peaje; todo a su voluntad lo trastorna.

Por ende puedes más creer cuánta es la avaricia en la mujer, que apenas verás que

menesteroso sea de ellas acorrido en su necesidad; antes no estudian sino como picaza

dónde esconderán lo que tienen, porque no se lo hallen ni vean. Y así la mujer se

esconde de su marido, como la amigada de su amigo, la hermana del hermano, la prima

del primo. Y demás, por mucho que tengan siempre están llorando y quejándose de

pobreza: «No tengo; no alcanzo; no me precian las gentes nada. ¿Qué sera de mí,

cuitada?». Y si alguna cosa de lo suyo despende, cualquier poco que sea, esto

primeramente mil veces lo llora, mil zaheríos da por ello antes y después. Así les

contece, como hizo a los dos sabios Epicurio y Primas, que nunca su dios de Epicurio

era sino comer, y de Primas sino beber, pensando no haber otro dios de natura sino

comer y beber; en esto fenecieron sus días todos. Así la mujer piensa que no hay otro

bien en el mundo sino haber, tener y guardar y poseer, con solícita guarda condensar, lo

ajeno francamente despendiendo y lo suyo con mucha industria guardando.

Donde por experiencia verás que una mujer en comprar por una blanca más se hará

oír que un hombre en mil maravedís. Ítem, por un huevo dará voces como loca y

henchirá a todos los de su casa de ponzoña: «¿Qué se hizo este huevo? ¿quién lo tomó?

¿quién lo llevó? ¿A dó le este huevo? Aunque vieres que es blanco, quizá negro será

hoy este huevo. Puta, hija de puta, dime: ¿quién tomó este huevo? ¡Quién comió este

huevo comida sea de mala rabia: cámaras de sangre, correncia mala le venga, amén!

¡Ay huevo mío de dos yemas, que para echar vos guardaba yo! ¡Que de uno o de dos

haría yo una tortilla tan dorada que cumplía mis vergüenzas. Y no vos enduraba yo

comer, y comiovos ahora el diablo! ¡Ay huevo mío, qué gallo y qué gallina salieran de

vos! Del gallo hiciera capón que me valiera veinte maravedises, y la gallina catorce; o

quizá la echara y me sacara tantos pollos y pollas con que pudiera tanto multiplicar, que

fuera causa de sacarme el pie del lodo. Ahora estarme he como desaventurada, pobre

como solía. ¡Ay huevo mío, de la meajuela redonda, de la cáscara tan gruesa! ¿Quién

me vos comió? ¡Ay, puta Marica, rostros de golosa, que tú me has lanzado por puertas!

¡Yo te juro que los rostros te queme, doña vil, sucia, golosa! ¡Ay huevo mío! Y ¿qué

será de mí? ¡Ay, triste, desconsolada! ¡Jesús, amiga! ¿cómo no me fino ahora? ¡Ay,

Virgen María! ¿cómo no revienta quien ve tal sobrevienta? ¡No ser en mi casa mezquina

señora de un huevo! ¡Maldita sea mi ventura y mi vida sino estoy en punto de rascarme

o de mesarme toda! ¡Ya, por Dios! ¡Guay de la que trae por la mañana el salvado, la

lumbre, y sus rostros quema soplando por encenderla, y fuego hecho pone su caldera y

calienta su agua, y hace sus salvados por hacer gallinas ponedoras, y que, puesto el

huevo, luego sea arrebatado! ¡Rabia, Señor, y dolor de corazón! Endúrolos yo, cuitada,

y paso como a Dios place y llévamelos al huerco. ¡Ya, Señor, y llévame de este mundo;

que mi cuerpo no guste más pesares ni mi ánima sienta tantas amarguras!
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario