martes, 12 de noviembre de 2013
Manía de escritores
Escribir no es tarea fácil. Exige, además de aptitud y conocimientos, una gran concentración. La mayor parte de los escritores han buscado rituales para ayudarse o simplemente tienen supersticiones o manías que los ayudan a desarrollar su creatividad. Estas están profundamente ligadas a la idiosincrasia de cada individuo, no es que escribir de pie, como lo hacía Hemingway, o en horarios o periodos determinados, aporte resultados para cualquiera, pero sí se acaban convirtiendo en un ritual que ayuda a la concentración. Uno de los más habituales es el de ponerse a escribir antes del alba, cuando las distracciones son mínimas y la mente está más despierta, por ejemplo Haruki Murakami se levanta a las 4 de la mañana, trabaja 6 horas. Por la tarde corre 10 km o nada 1.500 m, lee, escucha música y se va a la cama a las 9, pero en algunos casos era al contrario, Balzac se acostaba a las 6 de la tarde, una criada lo despertaba justo a medianoche. Entonces se vestía con ropas de monje (una túnica blanca de cachemira) y se ponía a escribir ininterrumpidamente de 12 a 18 horas seguidas, siempre a mano su cafetera de porcelana. Durante todo ese tiempo, no dejaba de consumir taza tras taza. A ese ritmo diario, Balzac consiguió terminar más de 100 novelas y narraciones cortas.
En el fondo son pequeñas disciplinas, Saramago solo escribía dos folios por día, y ni una línea más. En otras ocasiones las rutinas son más fetichistas, por ejemplo John Steinbeck trabajaba con lápiz, pero tenían que ser lápices redondos para que las aristas no se le clavaran en los dedos, Pablo Neruda escribía con tinta verde, Antonio Tabucchi sólo escribía en cuadernos escolares, Amitav Gosh, sólo escribe con un bolígrafo Pelikan negro, y sobre un papel elaborado por un fabricante francés. Schiller sólo podía escribir si tenía los pies metidos en un barreño de agua helada.
Para algunos el lugar de escritura es un santuario, Jean-Jaques Rousseau prefería trabajar en pleno campo y, a ser posible, al sol. Montaigne en cambio escribía encerrado en una torre abandonada. Dicen que Gabriel García Márquez necesitaba estar en una habitación con una temperatura determinada. Debía tener en su mesa una flor amarilla, y siempre lo hacía descalzo.
Y en otros casos son puro fetiche. Lord Byron se inspiraba con el olor de las trufas, así que siempre llevaba algunas en los bolsillos y Hemingway llevaba una pata de conejo raída. Isabel Allende tiene fetiches y comienza siempre sus novelas el 8 de Enero.
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