domingo, 10 de noviembre de 2013

Cervantes calumniado: el caso Ezpeleta


En 1605, Cervantes vive en Valladolid, ultimando la primera parte de su gran obra. Un penoso episodio, hace que su familia quede arrestada y se insinúe que algunas de sus mujeres mantienen relaciones con ciertos personajes. Estos fueron los hechos ocurridos:
La noche del 27 de junio de 1605, al retirarse a su casa don Gaspar de Ezpeleta, después de haber cenado con su favorecedor el marqués de Falces, y dada ya la hora de las diez, dirigiose el caballero santiaguista, llevado de sus malos pensamientos, al apartado barrio de San Andrés, vestido de ronda o hábito de noche, cuya descripción conserva el documento auténtico de donde está tomada esta lastimosa y novelesca aventura. Traspuesto había ya la puerta del Campo, y, girando sobre la izquierda, avanzaba por la calle del Rastro (actual calle Manuel Íscar con dirección a la Mantería cuando hubo de detenerse a escuchar una música que halló al paso.


 

Alejados lo músicos, intentaba "ir la calle adelante", cuando vio un hombre de mediana estatura, con un ferreruelo negro, largo, que le dijo se fuese de allí "a cuyas palabras le contestó don Gaspar, que tarde se iría; y porfiando el otro, y replicando él, echaron mano a sus espadas, y comenzaron a acuchillarse furiosamente hasta caer mortal y bañado en su sangre el caballero Ezpeleta, cuyas lastimeras voces demandando auxilio fueron las que turbaron el sueño de cuantos moraban en la casa de Cervantes.

Acudió el primero el clérigo Garibay, quien, viéndose ante aquel espectáculo, llamó desde la calle a dicho su vecino, el cual se levantó prestamente de la cama, y, bajando al lugar de la escena, transportaron entre ambos al herido al cuarto en que habitaba el primero con su madre Doña Luisa Montoya.Hubo gran alboroto en la escalera cuando se supo lo ocurrido; acudieron vecinos de todos los rellanos —mujeres en su mayoría— que no paraban de lamentarse y reprocharse el escándalo que el suceso traería, así como la presencia de la justicia a no mucho tardar.
En efecto, enseguida vino un barbero cirujano de las guardas viejas de a caballo, don Sebastián Macías, avisado por el menor de los Garibay, que a la vista de las heridas del postrado torció el gesto con cara de preocupación; también acudió el clérigo don Pablo Bravo de Sotomayor, que le tomó confesión general para cumplir con uno de sus deseos y prepararlo a bien morir. Por último, al alba llegó el juez de casa y corte don Cristóbal de Villarroel acompañado por dos corchetes de la Audiencia. El desgraciado Ezpeleta, a pesar de haber sido socorrido con prontitud y esmero, falleció a las seis de la mañana del 29 del mismo mes de junio. La declaración que prestó en sus últimos momentos, ante la justicia, dejó en honroso lugar a su adversario, sin descubrirle, pues confesó


"que ambos á dos habían reñido bien, é que no vio qué armas truxese el dicho hombre mas que de una espada, y que cuando reñian, había caído en el suelo, y se había levantado, y entonces le había herido, é que no sabe mas de que luego se fue huyendo la calle arriba hacia la Puerta del Campo...."
El escribano, Fernando de Velasco, se limitó a ir dando fe de todo lo que acontecía en aquel piso del Rastro Nuevo, y visto que del moribundo poco se podía sacar, el juez mandó dar una tregua a las pesquisas en espera de nuevos acontecimientos.


 Fue entonces cuando el juez Villarroel determinó dar en prisión a todos los vecinos del inmueble sin consideración de rangos e hidalguías, desviando de esta forma la atención del crimen que señalaba con toda claridad a su ayudante, don Melchor Galván, en venganza de su honor ultrajado. Comenzó don Cristóbal, el juez, por interrogar a los ocupantes de la casa que eran muchos y prolijos, aunque lo único que pudo sacar en claro es que allí no había nada que hacer. No obstante, la habitante del desván, Isabel de Ayala, que ejercía de beata en la iglesia de San Francisco, acusó a “las cervantas” de ser promiscuas y recibir extraños amantes en su casa como eran el portugués Simón Méndez o el genovés Agustín Raggio. Otra vecina, María Pérez andaba amancebada con el caballero Diego de Miranda y ya había probado los cepos de la prisión, de manera que haciendo tabla rasa —pensó Villarroel— y prendiendo a todos los inquilinos del inmueble, la cosa quedaría definitivamente zanjada o, cuando menos, se distraerían los dimes y diretes que andaban corriendo por el vecindario sobre su amigo el escribano real.

Nuevas declaraciones los fueron exculpando, aunque permanecieron en libertad condicional a las cuarenta y ocho horas, arrestados en sus domicilios. Todavía el 5 de julio estaban pidiendo que aquella medida fuese eliminada, solicitando Miguel de Cervantes que fuesen retiradas de su casa las prendas de Gaspar de Ezpeleta, las cuales se estaban pudriendo con la sangre que tenían.
El 18 de julio se pondrá fin a este asunto, al mimo tiempo que la resolución del caso se iba diluyendo. Quizá la verdad final no interesase a la jurisprudencia vallisoletana. Al fin y al cabo era el asesinato de un seductor.
Tal vez la herida que abrió en su dignidad el triunfo de sus calumniadores, le moviera a estampar en el Quijote aquellas frases que suenan a una queja: “Donde quiera que está la virtud en eminente grado es perseguida; pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia”.


 


-Fuente: http://cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080018963_C/1080018961_T3/1080018961_075.pdf
-Fuente: http://cadenas68.spaces.live.com/blog/cns!B7EBAB1743BD9E40!205.entry
-Fuente: Guía Misteriosa de Valladolid. Javier Burrieza Sánchez ISBN:978-84-936875-6-4 
http://www.youtube.com/watch?v=_Tm_JrAmdsk

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