domingo, 10 de noviembre de 2013

La enfermedad en la Edad Media


En el Medievo podía caerse en un abanico variado de enfermedades, que los textos medievales recogen con precisión: las cuartanas, las tercianas o las fiebres erráticas, entre los procesos febriles; el frenesí o la melancolía, si nos referimos a los trastornos psíquicos; el «lupus», la tiña, la sarna, enfermedades relacionadas básicamente con la piel; el romadizo, la hidropesía, la disentería, la perlesía, el latirismo, la tisis, etc. La escasa ...higiene y las carencias alimenticias, deficiencias sin duda más acusadas en los pobres que en los potentados, constituían condiciones adecuadas para el progreso de las enfermedades. Claro que los ricos también contraían enfermedades originadas exactamente en lo contrario, es decir en los excesos de la mesa, como era el caso de la gota. Podía tratarse de males que en poco tiempo acababan con la vida del enfermo o que, por el contrario, derivaban en una dolencia crónica. Es evidente que las enfermedades susodichas causaban más impacto en las gentes de más edad. Pero no hay que olvidar, por otra parte, la terrorífica mortalidad infantil de la época medieval.
Ahora bien, voy a aludir a tres tipos de enfermedades concretas, significativas, entiendo, de lo que fue el mundo de los enfermos medievales. Una de ellas, que quizá tuvo su momento culminante entre los siglos XI y XII, precisamente cuando irrumpe en la sociedad europea y constituye para todos una gran sorpresa, toda vez que no se conocía su origen, es el llamado «mal de los ardientes», o «fuego de San Antonio», o «fuego sagrado», pues se la conoce bajo diversos nombres. Es, si utilizamos el término científico, el «ergotismo». Era una enfermedad al parecer causada por el cornezuelo de centeno, que se propagó con suma rapidez y para cuyo remedio se acudió fundamentalmente a la práctica de exorcismos o de santos taumaturgos, de los cuales el principal fue S. Antonio, santo milagrero por excelencia (de ahí el nombre de «fuego de San Antonio» que se aplica al mal y la orden, entonces creada, de los antoninos que acogía a esos enfermos). Ahora bien, todo parece indicar que la susodicha enfermedad terminó por adquirir un cierto carácter institucional y si se quiere familiar, perdiendo las aristas más agresivas con que había irrumpido en la Cristiandad europea tiempo atrás. Lo cierto es que a partir del siglo XIII hay como un olvido de dicho padecimiento, apenas presente desde entonces en las fuentes documentales.
La enfermedad probablemente más representativa de los tiempos medievales es, no obstante, la lepra. Tanto por las características que ofrece dicho mal, como por el tratamiento que del mismo se hizo por parte de la sociedad medieval, podemos sacar algunas conclusiones historiográficas que juzgamos de sumo interés. No vamos a discutir, por de pronto, cuál era la causa de esa enfermedad, que en la Edad Media se interpretraba «científicamente» a través de la teoría de los humores. Así las cosas la existencia de la lepra, al menos eso se creía, era una consecuencia de la difusión de la melancolía por el cuerpo humano. Asimismo estaban convencidos en el Medievo de que la lepra era hereditaria y contagiosa, pudiendo contribuir el aire a transmitirla. También creían que la lepra se transmitía por vía sexual, sin duda como consecuencia de la confusión de dicha enfermedad con diversas dermatosis o con determinadas enfermedades venéreas. En cualquier caso remito a los interesados, a este respecto, a la magnífica historia de la lepra escrita por F. Bériac.
[...]
EL RITMO DEL INDIVIDUO: EN LAS PUERTAS DE LA POBREZA,
DE LA ENFERMEDAD, DE LA VEJEZ, DE LA MUERTE.

Julio Valdeón Baruque
(Univervidad de Valladolid)

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