Hola, amigos y seguidores de esta bitácora.
Os dejo un maravilloso texto que ha escrito Sandra González Simón.
Que lo disfrutéis.
Dos días habían pasado desde que la familia Evans dejaron finalmente sus
pertenencias en su nueva casa. No era especialmente grande, de tres
habitaciones, un cuarto de baño y una cocina y un amplio salón.
Alison, la única hija de la familia, refunfuñaba en su nueva habitación,
llena de cajas amontonadas a los lados de la cama. Se sentó en ésta
mirándose al espejo, que estaba en una de las paredes laterales, viendo como el
cansancio se describía en su cara.
Después de que el último camión de mudanzas llegará puntualmente a la casa
el día anterior, no habían parado de llevar todo su contenido dentro de ésta.
Había dormido muchas más horas de las que nunca había dormido pero aun se
sentía como si ese mismo camión le hubiera pasado por encima. Desperezándose se
levantó de un pequeño alto y emprendió su camino al cuarto de baño y de el fue
directa a la cocina donde tenía preparado el desayuno.
Ninguno de sus padres estaba, ya se habían ido a sus respectivos trabajos y
por ende, no la habían despertado a su hora.
Mirando el reloj se dio cuenta de que ya llegaba terriblemente tarde a la
primera clase en su nuevo instituto. Corrió a vestirse y salió dos minutos
después a la carrera a la puerta principal cerrándola de un portazo.
-Querida, le importaría acercarse y presentarse al resto de la clase,
¿verdad?- Era la profesora de historia quien hablaba.
Con la respiración agitada por la carrera, Alison entró desde el marco de
la puerta y se quedó al lado de la profesora tragando saliva a la vez que
intentaba que no se notara el repentino movimiento.
-Buenos días. Siento el retraso, se me han pegado las sabanas…-Dijo la
muchacha mirándola. La profesora asintió satisfecha y giró un poco la cabeza
para poder mirar a los demás alumnos.- Eh, sí. Soy Alison Evans, tengo
dieciséis años y me acabo de mudar… Cerca del barrio chino, creo.
-Perfecto señorita Evans, puede sentarse en aquel pupitre vacío
Las descaradas miradas de sus compañeros la seguían mientras iba, ya más
calmada, hacia el pupitre que le habían indicado. Antes siquiera de tener
tiempo a sentarse, dos chicas rubias habían arrastrado sus pupitres hacia el
suyo, pegándolos a él dejándolo en medio.
-Y después, uno que se llama James se le resbaló la silla pero caía tan
lentamente por la mesa de detrás que le dio tiempo a levantarse sin que le
pasara nada- rió desganada al ver que sus padres ni la miraban.
-Muy bien, cariño.- Jeff, el padre, miró a su hija mientras decía las
únicas palabras que Alison había escuchado desde que se habían sentado a cenar,
y al segundo la devolvió al ordenador, que estaba justo a su lado, y siguió
tecleando sin parar.
-Sí, son todos muy majos. Hasta los de cursos superiores se han acercado a
presentarse. Dicen incluso, que ahora todos me quieren conocer, les caigo bien…
Bueno y vosotros, ¿qué tal en el trabajo?
-Igual que si no nos hubiésemos mudado. Ahora acaba de cenar y vente a la
cama, que no te pase lo de esta mañana.-La madre, Elisabeth, colocaba los
cacharros de la cocina que hasta ahora no había sacado de su envoltorio de
burbujas, sin prestar casi atención a lo que Alison le decía.
La chica se levantó de la silla desanimada, dejando sus platos y los de su
padre en la pila de la cocina caminando pesadamente hacia su habitación vacía.
Después de colocar un par de prendas a los pies de la cama para poder
usarlos la mañana siguiente, se metió en la cama durmiendo tan rápido que casi
no le dio tiempo a taparse una vez dentro.
El ruido del despertador del móvil le retumbó en la oreja. Intentó llegar
con la mano para pararlo pero aún no se había acostumbrado a la nueva e
improvisada distribución de los muebles y mucho menos con los ojos cerrados
pero al notar que algo no era normal los abrió a toda prisa sin poder creer lo
que estaba viendo. Un abdomen amarillo y negro ocupaba ahora la posición de su
cuerpo escualidillo. Tenía unas extrañas alas extendidas en la almohada que
veía vibrar sin parar.
Con dificultad intentó posar sus patitas en el colchón. Sin saber mantener
el equilibrio se desplomó rodando por la manta que la estaba tapando la noche
anterior. Lo intento todas las veces que pudo hasta que sus nuevas patitas le
pidieron un respiro. No había reparado en las alas hasta ese momento. Pero
estaba demasiado cansada, así que se limitó a oír como sus padres danzaban por
la casa dando pisotones en el suelo. ¿Porque de repente me pasado esto?- Pensó.
Ni siquiera había sido mala en su vida, ni cuando era pequeña, para que
ahora pasara por tal situación. Volvió a intentar levantarse ahora usando sus
alas.
Penosamente consiguió elevarse un palmo de la cama dando tumbos de un lado
a otro pero manteniéndose mínimamente estable. Fue directa al espejo en el que
se estaba reflejando la noche anterior, pero esta vez ya no veía las ojeras en
su cara, ahora ni se veía, era un bicho.
Un asqueroso bicho que encima odiaba, desde la vez que se habían metido
ella y su grupo de amigos en el parque, como todos los fin de semana, y se
habían topado con una colmena donde todas las avispas les habían estado persiguiendo
hasta meterse en una tienda cercana. Suspiró viéndose revolotear en el espejo y
decidió salir del cuarto. La mañana seguía yendo “bien”. De una forma
extrañamente irónica, hacia un par de años Alison había conseguido convencer a
su madre para que le dejara tener la puerta de su cuarto cerrada todo el tiempo
que ella estaba dentro pero ahora, era obvio que no podía abrirla por suerte su
ventana si lo estaba y sabía que su madre dejaba la de la cocina también
abierta hasta que se iba a trabajar.
Casi chocando con la parte baja de la ventana salió sin un rasguño de su
cuarto dando la vuelta a su casa para entrar por la otra que sí que estaba
abierta, como había pensado. Vio como su madre se movía por la cocina con
platos en la mano. Ponía el desayuno de su padre el suyo y el de su hija en la
mesa juntos a sus respectivos cafés. La muchacha atravesó la ventana abierta
mientras Elisabeth se sentaba para empezar a comerse la comida que descansaba
en la mesa y se acercó a ella manteniendo distancia por cualquier inesperado
movimiento de su joven madre.
-Mamá, ¿me puedes oír?- Se oyó su voz rara, muchísimo más aguda que la suya
normal, pero ahora ella ya no era ¿“normal”?
-Claro que te oigo, hija. ¿Por qué no iba a hacerlo? Bueno, ahí tienes tu
desayuno, cómetelo e intenta salir pronto para llegar a la hora esta vez a
clase.- Elisabeth no había ni siquiera reparado en que se había convertido su
hija, no había ni levantado la vista de sus “tan importantes” hojas. <Una
avispa del tamaño de una nuez no podría ser transparente.> Pensó la chica.
-¡Mamá! ¡¿Pero tú te has fijado en que me he convertido?!- Alison gritó
haciendo que su voz se volviera muchas más aguda, incluso le chirrió en sus
adentros.
-Sí, cariño, me he fijado. Eres una mujercita ya… Venga, anda, no te
demores en vestirte e irte.- Se levantó mientras seguía sin quitar la mirada de
las hojas agarrando con torpeza su abrigo negro colgado de la percha- ¡Nos
vemos a la noche!- Cerró la puerta tras de sí al salir a la calle.
<Por suerte papá no está aquí para ignorarme también. Y no tengo ni idea
de que comen las avispas… bueno que como yo ahora> Ese fué el único y
fortuito momento en el que quiso volver a su antigua casa, su antiguo barrio,
sus amigos. Saber que alguien iba a estar ahí para preocuparse por ella y
decirle que todo estaría bien aunque sabía de sobra que no lo estaría, pero
podría haberla calmado.
Toda la debilidad que sentía a causa de todos estos pensamientos hicieron
que sus alas temblaran un poco y perdiera fuerza en ellas. Parecía que se caía
y de un momento a otro se espachurraría contra la mesa, pero con sorprendente
rapidez pudo ir a su izquierda y se dejó deslizar por sus alas en la misma
dirección por la que había entrado a la casa minutos antes Ya no podía, no
quería pensar más en su cercano pasado, ahora iría directa su instituto, a lo
mejor allí alguien podría comprenderla.
-Chicas, chicas, dejad de gritar- La profesora de historia estaba cerca de
la puerta viendo como todas las alumnas iban de un lado a otro chillando sin
parar.
-De verdad, soy yo. Alison, la nueva, la que vive cerca de chinatown...
-Querida, se ve… bueno se nota que eres tú pero así y revolucionando a
todos así…, no creo que debas quedarte aquí. Vuelve cuando hayas vuelto en ti,
busca un médico, un brujo. No sé pero por favor márchese para poder dar la
clase con tranquilidad.- La chica estaba revoloteando alrededor de la profesora
viendo como sus compañeras se iban de una parte de la clase a la otra cuando
ella volaba hacia alguno de los lados sin darse cuenta.
-¿Un brujo? Estará de coña ¿verdad? No se preocupe. Ya me voy.
-Perfecto. Ya la habéis oído niñas. Ahora sentaros de una vez si no queréis
que en cinco minutos os ponga un examen sorpresa.
-Y ahí se desvanece la “sorpresa” Para la próxima, señorita, podrías haber
dicho que solo era un examen o haberlo hecho sin más, ahora nos
desilusionaremos.- Había hablado James, el mismo de quien había hablado con su
padre en la cena Alison. O más bien hecho un monólogo.- <y tú no me mires,
si se supone que lo estás haciendo, y vete de una vez. Tardaremos toda la hora
en hacer que todas se tranquilicen.
Alison salió por la ventana haciendo que, otra vez todas sus compañeras se
tiraran hacia una de las paredes contrarias. Se fue a un parque cercano, posándose
en las ramas de un gran árbol lleno de hojas verdes que se iban tornando
amarillentas por la llegada del otoño. Se pasó ahí horas y horas sola
acercándose de vez en cuando a una pequeña fuente donde veía su reflejo hasta
que cabrada alzaba el vuelo y volvía a su posición anterior. Ya pasaban los
niños corriendo hacia los columpios y el único tobogán, jugando. No recordaba
cuándo fue la última vez que se había sentado en uno de esos, dejándose
deslizar. De algún modo pensar en eso la relajaba. Una leve brisa se levantó
haciendo que se tambaleara pero en vez de volver a apoyar sus patitas en el
tronco las levantó dejándose llevar por el viento. Se sentía realmente viva ahí
arriba. Podía ver todas las casas que eran como la suya pero algunas más
dejadas que otras.
Vio como ,a lo lejos, el coche de su padre en la acera frente a su casa.
Dudó en si volver o quedarse ahí un rato más. Al final decidió volver pero a un
ritmo pausado, quería demorar un poco más su llegada. Entró por su habitación
la cual esta vez si tenía la puerta abierta. Tenía la firma de su padre. Tenía
la manía de dejar que se airearan las habitaciones un rato antes de que alguien
entrara a ellas. Volvió a la cocina y por un segundo la conversación que había
tenido con su madre le resonó como si la estuviera oyendo en la lejanía.
-¿Dónde está mamá?
-Me ha llamado antes de que saliera, hoy iba a tardar un poco más en venir.
Oye ¿donde estás?
- Aquí.- Cuando había empezado a hablar estaba a la misma distancia que lo
había estado con su madre. Esta vez se acercó a él.
-¿Qué te ha pasado?- Estaba impasible.
-Desperté esta mañana así.
-Ah…
-¿Solo vas a decir eso? Me esperaba un “Dios mío, Ali, rápida tenemos que
ir a ver a alguien para ver cómo arreglar toda esta situación”.- Contestó
burlona pero cabreada por una vez de verdad.
-¡A tu cuarto!. Sabes que no me gusta que me hables así. Cuando llegue
madre hablaremos más claramente.
Solo había tardado diez minutos en que Alison oyera la puerta abrirse y
segundos después a sus padres hablando. Voló con ligereza donde estaban ellos
sin contenerse.
-Ya estoy harta. Ni siquiera os preocupáis de vuestra propia hija. Es como
si para vosotros no existiera, solo tenéis el trabajo. No se si esto habrá sido
algo malo pero solo me ha hecho sentirme sola, hasta que me he sentido libre
volando, lejos de todos, lejos de vosotros…- Su madre la interrumpió con cara
de sorpresa.
-Alison Evan ni se te ocurra elevarme la v...
No había acabado la frase cuando Alison se tiró, como un involuntario instinto,
hacia su brazo picando con su aguja una parte de la piel tersa y pecosa de su
madre. Al hacerlo sabía lo eso significaba pero ya todo daba igual. Mientras
caía, lo que a ella le parecía lentamente, empezó a sentir de nuevo esa paz de
la que acababa de hablar. Todo se le tornó negro.
Sus padres se miraron atónitos, sin comprender lo que realmente estaba
pasando. Elisabeth se volvió hacia su esposo sujetando con suavidad el brazo
donde aun seguía el aguijón. Si la muchacha pudiera ver lo que pasaba en aquel
salón-comedor volvería a picarles, esta vez a los dos. Parecían aliviados, como
si les hubieran quitado un peso muy grande de encima. Parecían notablemente
descansados. Y ahora Alison aliviada de verdad.