martes, 2 de febrero de 2016

Precioso cuento escrito por Sandra González Simón


Hola, amigos y seguidores de esta bitácora.
Os dejo un maravilloso texto que ha escrito Sandra González Simón.
Que lo disfrutéis.

Dos días habían pasado desde que la familia Evans dejaron finalmente sus pertenencias en su nueva casa. No era especialmente grande, de tres habitaciones, un cuarto de baño y una cocina y un amplio salón.
Alison, la única hija de la familia, refunfuñaba en su nueva habitación, llena de cajas amontonadas a los lados de  la cama. Se sentó en ésta mirándose al espejo, que estaba en una de las paredes laterales, viendo como el cansancio se describía en su cara.
Después de que el último camión de mudanzas llegará puntualmente a la casa el día anterior, no habían parado de llevar todo su contenido dentro de ésta.

Había dormido muchas más horas de las que nunca había dormido pero aun se sentía como si ese mismo camión le hubiera pasado por encima. Desperezándose se levantó de un pequeño alto y emprendió su camino al cuarto de baño y de el fue directa a la cocina donde tenía preparado el desayuno.
Ninguno de sus padres estaba, ya se habían ido a sus respectivos trabajos y por ende, no la habían despertado a su hora.
Mirando el reloj se dio cuenta de que ya llegaba terriblemente tarde a la primera clase en su nuevo instituto. Corrió a vestirse y salió dos minutos después a la carrera a la puerta principal cerrándola de un portazo.

-Querida, le importaría acercarse y presentarse al resto de la clase, ¿verdad?- Era la profesora de historia quien hablaba.
Con la respiración agitada por la carrera, Alison entró desde el marco de la puerta y se quedó al lado de la profesora tragando saliva a la vez que intentaba que no se notara el repentino movimiento.
-Buenos días. Siento el retraso, se me han pegado las sabanas…-Dijo la muchacha mirándola. La profesora asintió satisfecha y giró un poco la cabeza para poder mirar a los demás alumnos.- Eh, sí. Soy Alison Evans, tengo dieciséis años y me acabo de mudar… Cerca del barrio chino, creo.
-Perfecto señorita Evans, puede sentarse en aquel pupitre vacío
Las descaradas miradas de sus compañeros la seguían mientras iba, ya más calmada, hacia el pupitre que le habían indicado. Antes siquiera de tener tiempo a sentarse, dos chicas rubias habían arrastrado sus pupitres hacia el suyo, pegándolos a él dejándolo en medio.


-Y después, uno que se llama James se le resbaló la silla pero caía tan lentamente por la mesa de detrás que le dio tiempo a levantarse sin que le pasara nada- rió desganada al ver que sus padres ni la miraban.
-Muy bien, cariño.- Jeff, el padre, miró a su hija mientras decía las únicas palabras que Alison había escuchado desde que se habían sentado a cenar, y al segundo la devolvió al ordenador, que estaba justo a su lado, y siguió tecleando sin parar.
-Sí, son todos muy majos. Hasta los de cursos superiores se han acercado a presentarse. Dicen incluso, que ahora todos me quieren conocer, les caigo bien… Bueno y vosotros, ¿qué tal en el trabajo?
-Igual que si no nos hubiésemos mudado. Ahora acaba de cenar y vente a la cama, que no te pase lo de esta mañana.-La madre, Elisabeth, colocaba los cacharros de la cocina que hasta ahora no había sacado de su envoltorio de burbujas, sin prestar casi atención a lo que Alison le decía.

La chica se levantó de la silla desanimada, dejando sus platos y los de su padre en la pila de la cocina caminando pesadamente hacia su habitación vacía.
Después de colocar un par de prendas a los pies de la cama para poder usarlos la mañana siguiente, se metió en la cama durmiendo tan rápido que casi no le dio tiempo a taparse una vez dentro.
El ruido del despertador del móvil le retumbó en la oreja. Intentó llegar con la mano para pararlo pero aún no se había acostumbrado a la nueva e improvisada distribución de los muebles y mucho menos con los ojos cerrados pero al notar que algo no era normal los abrió a toda prisa sin poder creer lo que estaba viendo. Un abdomen amarillo y negro ocupaba ahora la posición de su cuerpo escualidillo. Tenía unas extrañas alas extendidas en la almohada que veía vibrar sin parar.
Con dificultad intentó posar sus patitas en el colchón. Sin saber mantener el equilibrio se desplomó rodando por la manta que la estaba tapando la noche anterior. Lo intento todas las veces que pudo hasta que sus nuevas patitas le pidieron un respiro. No había reparado en las alas hasta ese momento. Pero estaba demasiado cansada, así que se limitó a oír como sus padres danzaban por la casa dando pisotones en el suelo. ¿Porque de repente me pasado esto?- Pensó. Ni siquiera había sido mala en su vida, ni cuando era pequeña,  para que ahora pasara por tal situación. Volvió a intentar levantarse ahora usando sus alas.
Penosamente consiguió elevarse un palmo de la cama dando tumbos de un lado a otro pero manteniéndose mínimamente estable. Fue directa al espejo en el que se estaba reflejando la noche anterior, pero esta vez ya no veía las ojeras en su cara, ahora ni se veía, era un bicho.
Un asqueroso bicho que encima odiaba, desde la vez que se habían metido ella y su grupo de amigos en el parque, como todos los fin de semana, y se habían topado con una colmena donde todas las avispas les habían estado persiguiendo hasta meterse en una tienda cercana. Suspiró viéndose revolotear en el espejo y decidió salir del cuarto. La mañana seguía yendo “bien”. De una forma extrañamente irónica, hacia un par de años Alison había conseguido convencer a su madre para que le dejara tener la puerta de su cuarto cerrada todo el tiempo que ella estaba dentro pero ahora, era obvio que no podía abrirla por suerte su ventana si lo estaba y sabía que su madre dejaba la de la cocina también abierta hasta que se iba a trabajar.

Casi chocando con la parte baja de la ventana salió sin un rasguño de su cuarto dando la vuelta a su casa para entrar por la otra que sí que estaba abierta, como había pensado. Vio como su madre se movía por la cocina con platos en la mano. Ponía el desayuno de su padre el suyo y el de su hija en la mesa juntos a sus respectivos cafés. La muchacha atravesó la ventana abierta mientras Elisabeth se sentaba para empezar a comerse la comida que descansaba en la mesa y se acercó a ella manteniendo distancia por cualquier inesperado movimiento de su joven madre.

-Mamá, ¿me puedes oír?- Se oyó su voz rara, muchísimo más aguda que la suya normal, pero ahora ella ya no era ¿“normal”?
-Claro que te oigo, hija. ¿Por qué no iba a hacerlo? Bueno, ahí tienes tu desayuno, cómetelo e intenta salir pronto para llegar a la hora esta vez a clase.- Elisabeth no había ni siquiera reparado en que se había convertido su hija, no había ni levantado la vista de sus “tan importantes” hojas. <Una avispa del tamaño de una nuez no podría ser transparente.> Pensó la chica.
-¡Mamá! ¡¿Pero tú te has fijado en que me he convertido?!- Alison gritó haciendo que su voz se volviera muchas más aguda, incluso le chirrió en sus adentros.
-Sí, cariño, me he fijado. Eres una mujercita ya… Venga, anda, no te demores en vestirte e irte.- Se levantó mientras seguía sin quitar la mirada de las hojas agarrando con torpeza su abrigo negro colgado de la percha- ¡Nos vemos a la noche!- Cerró la puerta tras de sí al salir a la calle.
<Por suerte papá no está aquí para ignorarme también. Y no tengo ni idea de que comen las avispas… bueno que como yo ahora> Ese fué el único y fortuito momento en el que quiso volver a su antigua casa, su antiguo barrio, sus amigos. Saber que alguien iba a estar ahí para preocuparse por ella y decirle que todo estaría bien aunque sabía de sobra que no lo estaría, pero podría haberla calmado.
Toda la debilidad que sentía a causa de todos estos pensamientos hicieron que sus alas temblaran un poco y perdiera fuerza en ellas. Parecía que se caía y de un momento a otro se espachurraría contra la mesa, pero con sorprendente rapidez pudo ir a su izquierda y se dejó deslizar por sus alas en la misma dirección por la que había entrado a la casa minutos antes Ya no podía, no quería pensar más en su cercano pasado, ahora iría directa su instituto, a lo mejor allí alguien podría comprenderla.

-Chicas, chicas, dejad de gritar- La profesora de historia estaba cerca de la puerta viendo como todas las alumnas iban de un lado a otro chillando sin parar.
-De verdad, soy yo. Alison, la nueva, la que vive cerca de chinatown...
-Querida, se ve… bueno se nota que eres tú pero así y revolucionando a todos así…, no creo que debas quedarte aquí. Vuelve cuando hayas vuelto en ti, busca un médico, un brujo. No sé pero por favor márchese para poder dar la clase con tranquilidad.- La chica estaba revoloteando alrededor de la profesora viendo como sus compañeras se iban de una parte de la clase a la otra cuando ella volaba hacia alguno de los lados sin darse cuenta.
-¿Un brujo? Estará de coña ¿verdad? No se preocupe. Ya me voy.
-Perfecto. Ya la habéis oído niñas. Ahora sentaros de una vez si no queréis que en cinco minutos os ponga un examen sorpresa.
-Y ahí se desvanece la “sorpresa” Para la próxima, señorita, podrías haber dicho que solo era un examen o haberlo hecho sin más, ahora nos desilusionaremos.- Había hablado James, el mismo de quien había hablado con su padre en la cena Alison. O más bien hecho un monólogo.- <y tú no me mires, si se supone que lo estás haciendo, y vete de una vez. Tardaremos toda la hora en hacer que todas se tranquilicen.

Alison salió por la ventana haciendo que, otra vez todas sus compañeras se tiraran hacia una de las paredes contrarias. Se fue a un parque cercano, posándose en las ramas de un gran árbol lleno de hojas verdes que se iban tornando amarillentas por la llegada del otoño. Se pasó ahí horas y horas sola acercándose de vez en cuando a una pequeña fuente donde veía su reflejo hasta que cabrada alzaba el vuelo y volvía a su posición anterior. Ya pasaban los niños corriendo hacia los columpios y el único tobogán, jugando. No recordaba cuándo fue la última vez que se había sentado en uno de esos, dejándose deslizar. De algún modo pensar en eso la relajaba. Una leve brisa se levantó haciendo que se tambaleara pero en vez de volver a apoyar sus patitas en el tronco las levantó dejándose llevar por el viento. Se sentía realmente viva ahí arriba. Podía ver todas las casas que eran como la suya pero algunas más dejadas que otras.

Vio como ,a lo lejos, el coche de su padre en la acera frente a su casa. Dudó en si volver o quedarse ahí un rato más. Al final decidió volver pero a un ritmo pausado, quería demorar un poco más su llegada. Entró por su habitación la cual esta vez si tenía la puerta abierta. Tenía la firma de su padre. Tenía la manía de dejar que se airearan las habitaciones un rato antes de que alguien entrara a ellas. Volvió a la cocina y por un segundo la conversación que había tenido con su madre le resonó como si la estuviera oyendo en la lejanía.

-¿Dónde está mamá?
-Me ha llamado antes de que saliera, hoy iba a tardar un poco más en venir. Oye ¿donde estás?
- Aquí.- Cuando había empezado a hablar estaba a la misma distancia que lo había estado con su madre. Esta vez se acercó a él.
-¿Qué te ha pasado?- Estaba impasible.
-Desperté esta mañana así.
-Ah…
-¿Solo vas a decir eso? Me esperaba un “Dios mío, Ali, rápida tenemos que ir a ver a alguien para ver cómo arreglar toda esta situación”.- Contestó burlona pero cabreada por una vez de verdad.
-¡A tu cuarto!. Sabes que no me gusta que me hables así. Cuando llegue madre hablaremos más claramente.
Solo había tardado diez minutos en que Alison oyera la puerta abrirse y segundos después a sus padres hablando. Voló con ligereza donde estaban ellos sin contenerse.
-Ya estoy harta. Ni siquiera os preocupáis de vuestra propia hija. Es como si para vosotros no existiera, solo tenéis el trabajo. No se si esto habrá sido algo malo pero solo me ha hecho sentirme sola, hasta que me he sentido libre volando, lejos de todos, lejos de vosotros…- Su madre la interrumpió con cara de sorpresa.
-Alison Evan ni se te ocurra elevarme la v...

No había acabado la frase cuando Alison se tiró, como un involuntario instinto, hacia su brazo picando con su aguja una parte de la piel tersa y pecosa de su madre. Al hacerlo sabía lo eso significaba pero ya todo daba igual. Mientras caía, lo que a ella le parecía lentamente, empezó a sentir de nuevo esa paz de la que acababa de hablar. Todo se le tornó negro.

Sus padres se miraron atónitos, sin comprender lo que realmente estaba pasando. Elisabeth se volvió hacia su esposo sujetando con suavidad el brazo donde aun seguía el aguijón. Si la muchacha pudiera ver lo que pasaba en aquel salón-comedor volvería a picarles, esta vez a los dos. Parecían aliviados, como si les hubieran quitado un peso muy grande de encima. Parecían notablemente descansados. Y ahora Alison aliviada de verdad.